La inusual carrera de Thomas de Hartmann

Laurence Rosenthal

Es difícil distinguir qué parte del destino de un hombre o una mujer esta determinada por su naturaleza esencial –sus fortalezas, talentos, defectos y debilidades, su máximo potencial– y qué parte por las fuerzas de la vida misma. En el caso de los individuos con un desarrollo interior excepcional, el poder de la voluntad y una meta sólida pueden prevalecer sobre algunas condiciones externas, o aprovecharlas, incluso las desfavorables. En la mayoría de los seres humanos, sin embargo, es la vida la que decide casi todo y a pesar de las ilusiones sobre la autodeterminación, casi siempre el hombre no es sino una marioneta que baila inconscientemente al capricho del maestro titiritero, es decir, de las circunstancias. Bajo esta premisa, Gurdjieff basó su enseñanza sobre la posibilidad que tiene un hombre de convertirse, no en un autómata, sino en un ser humano verdadero, despierto capaz de vivir una vida intencional.

La historia de Thomas de Hartmann fue inusual, pues pone claramente de relieve esos dos elementos determinantes: ¿fueron sus encuentros con Gurdjieff predestinados o accidentales? La pregunta es interesante porque ellos fueron sin duda eventos cruciales en la vida de ambos. Podría decirse que la dirección en la vida de Gurdjieff ya estaba clara para cuando se conocieron, aunque había un espacio esencial de su trabajo que de Hartmann vendría eventualmente a llenar. Para el joven de Hartmann, sin embargo, ese encuentro fue decisivo.

Thomas Alexandrovich de Hartmann nació en 1885 en Ucrania, en el seno de una familia aristocrática rusa de origen alemán. Su tío abuelo fue el filosofo Eduard von Hartmann, autor de La filosofía del inconsciente.De Hartmann fue un niño prodigio en música y desarrollo rápidamente su talento. Mientras estudiaba en la academia militar en San Petersburgo, en su tiempo libre comenzó su carrera en composición musical y contrapunto, primero con Arensky y luego con Taneyev, ambos maestros de Rachmaninoff y Skryabin. Como estudiante de piano fue, junto con Prokovieff, alumno de la teósofa Annette Essipova.

Su progreso fue rápido y pronto se convirtió en la estrella ascendente del firmamento musical ruso. Cerca de sus veinte anos se hizo notar por el Zar Nicolás II quien, desde el palco real de la Opera Imperial de San Petersburgo, fue profundamente impresionado por la puesta en escena del ballet del joven de Hartmann titulado La flor rosada. El elenco estaba constituido por cuatro de las grandes luminarias del ballet ruso: Nijinsky, Pavlova, Karsavina y Fokine. Imposible imaginar un comienzo más auspicioso para un compositor novato. Ya era un oficial de la reserva juvenil de la Guardia, pero el Zar lo libero de sus responsabilidades militares para que pudiera continuar con sus estudios musicales.

Esta fue la primera divergencia de la vida que hubiera sido normal para un joven aristócrata destinado a la carrera militar. Con el beneplácito del Zar, salio en 1908 hacia Munich para estudiar dirección orquestal con Feliz Mottl. Allí fue atraído hacia el grupo Blaue Reiter de artistas de vanguardia y también por el célebre pintor Wassily Kandinsky, con el fin de producir una obra precursora del multimedia llamada El sonido amarillo. Súbitamente se encontró inmerso en la corriente novedosa y experimental del arte europeo. El curso de su vida parecía muy definido.

Pero de hecho no lo estaba. A su regreso a San Petersburgo, la corriente cambió una vez más de dirección. Con su hermosa y joven esposa, Olga Arkadievna de Schumaker, talentosa soprano, de Hartmann compartía preguntas sustanciales, una necesidad de comprender el significado de la existencia humana; necesidad que ahora contradiría el designio de su vida. Una noche de 1916 fue llevado a la presencia de G. I. Gurdjieff, cuya personalidad, tan poderosa como poco convencional, no estaba ciertamente destinada a atraer de manera automática al puntilloso, elegante y aristocrático de Hartmann. Sin embargo, la impresión de ese enigmático personaje fue abrumadora. Y entonces vino el siguiente y mayor desvío de lo que la vida parecía estar ofreciéndole. Él y su esposa se convirtieron en alumnos de Gurdjieff y se unieron a su pequeño grupo: Rusia estaba en crisis, la revolución bolchevique había comenzado, Gurdjieff necesitaba huir del caos con el fin de poder continuar su trabajo y los de Hartmann sabían que debían seguirlo. Así que abandonando una prometedora carrera, Thomas de Hartmann se lanzó hacia lo desconocido, atando así su fortuna a la de ese misterioso caucasiano. Su intuición de que Gurdjieff era parte de su destino hizo que este camino resultara indudable.

Muy pronto el valor de de Hartmann para Gurdjieff se hizo evidente. Las danzas sagradas y los ejercicios que Gurdjieff creaba y enseñaba requerían de música y, ya que él no era un músico profesional, necesitaba la destreza y dedicada colaboración de de Hartmann. Con un pequeño círculo de alumnos, Gurdjieff se estableció en el pueblo de Essentuki, en el Cáucaso, y fue allí donde comenzó este trabajo en colaboración. En Tbilisi, de Hartmann aún podía proseguir su trabajo profesional. Paro más tarde, en 1920, luego de penosas aventuras, Gurdjieff escapó a Constantinopla. Los de Hartmann lo siguieron hasta allá y luego a Francia, donde después de establecido el Instituto de Fontainebleau, ambos iniciaron un nuevo trabajo, la composición de un gran corpus de obras para piano no vinculadas con los Movimientos. El trabajo continuó sin pausa por tres años. Mientas Olga se convirtió en la secretaria de Gurdjieff y recibió de él el dictado de la mayor parte de su obra literaria, de Hartmann continuó incansablemente revisando y puliendo las partituras, así como orquestando muchas de ellas para las presentaciones públicas de los Movimientos en el Théatre des Champs-Elysées en 1923.

Entonces, en 1929 ocurrió lo realmente inesperado. Gurdjieff despidió a los de Hartmann. Fue una de esas acciones inexplicables de las cuales era capaz, sorprendente en vista de la incansable dedicación de la pareja. Se ha insinuado que quizá justamente fue ésa la razón de un gesto aparentemente tan cruel, no inusual en la relación de Gurdjieff con ciertos alumnos destacados. La teoría es la siguiente: Gurdjieff sabia que de Hartmann debía encontrar en la vida un lugar adecuado para su gran talento y por su propia voluntad nunca lo abandonaría a él. Por tanto su vida debía llegar a ser intolerable para que se viera obligado a dejarlo. Pero esto es pura especulación. En todo caso, los de Hartmann, aparentemente sin rencor y con su lealtad intacta, partieron, primero Thomas y muy pronto después Olga. Nunca volvieron a ver a Gurdjieff. Eventualmente viajaron a los Estados Unidos, donde de Hartmann reanudó sus propias composiciones y donde vivieron hasta la muerte de de Hartmann en 1956. A comienzos de 1950, Jeanne de Salzmann pidió a de Hartmann que compusiera la música para los 39 movimientos, incompletos durante la vida de Gurdjieff. Esta sigue siendo una de las obras mayores en el género.

El catálogo de la producción musical de de Hartmann –sonatas, conciertos, canciones y una ópera– es bastante amplio, aunque ya no se interpreta con frecuencia. Aparentemente hoy día se muestra como un compositor de muy buena formación y muy capaz, de modesto renombre, que comenzó en la tradición romántica de fines del siglo XIX y luego prosiguió explorando técnicas más experimentales que involucraban las disonancias características del modernismo europeo de postguerra. Pero queda vigente la pregunta de si su nombre hubiera sido reconocido en el futuro de no haber sido por su colaboración con Gurdjieff, que resultó en un corpus musical único y muy diferente al suyo propio.

Tomado del folleto incluido en el CD Gurdjieff – De Hartmann, De Laurence Rosenthal.