Un hombre solo no puede hacer nada.

Antes que cualquier otra cosa, necesita ayuda. Pero un hombre solo no puede contar con ayuda. Aquellos que son capaces de ayudar valoran su tiempo en un precio muy alto. Y naturalmente prefieren ayudar, digamos, a veinte o treinta personas que quieran despertar, en lugar de a una sola. Además, como ya he dicho, un hombre puede equivocarse muy fácilmente sobre su despertar, tomar por un despertar lo que es simplemente un nuevo sueño. Si varias personas deciden luchar  juntas contra el sueño, se despertarán mutuamente. Sucederá a menudo que unas veinte se duerman, pero la vigésima primera se despertará y despertará a las demás. Lo mismo pasa con los despertadores. Un hombre inventa un despertador, un segundo inventa otro, y después podrán hacer un intercambio. Todos juntos pueden ser entre sí de gran ayuda, y sin esta ayuda mutua ninguno de ellos puede lograr nada.

Por tanto, un hombre que quiere despertar tiene que buscar otras personas que también quieran despertar, a fin de trabajar con ellas. Esto, sin embargo, es más fácil decirlo que hacerlo, porque poner en marcha tal trabajo y organizarlo requiere un conocimiento que un hombre ordinario no posee. El trabajo tiene que ser organizado y ha de haber un jefe. Sin estas dos condiciones, el trabajo no puede producir los resultados esperados, y todos los esfuerzos serán vanos. Los hombres pueden torturarse, pero estas torturas no los harán despertar. Parece que para algunas personas nada es más difícil de comprender. Por sí mismas y por su propia iniciativa, pueden ser capaces de grandes esfuerzos y de grandes sacrificios; pero nada en el mundo los convencerá jamás de que sus primeros esfuerzos y sus primeros sacrificios deben consistir en obedecer a otro. Y no quieren admitir que todos sus esfuerzos y todos sus sacrificios, en este caso, no pueden servir de nada.

El trabajo debe ser organizado, y no puede ser organizado sin por un hombre que conoce sus problemas y sus metas, que conoce sus métodos; por un hombre que, a su vez, ha pasado por un trabajo igualmente organizado.

El trabajo comienza habitualmente en un grupo pequeño. Este grupo, por lo general, está conectado con una serie de grupos análogos de diferentes niveles cuyo conjunto constituye lo que se puede llamar una “escuela preparatoria”.

La primera característica de los grupos, su rasgo más esencial, es que no se constituyen según el deseo y las preferencias de sus miembros. Los grupos son constituidos por el maestro, quien desde el punto de vista de sus metas selecciona los tipos de hombres capaces de ser útiles unos a otros.

Ningún trabajo de grupo es posible sin un maestro. El trabajo de grupo con un mal maestro sólo puede producir resultados negativos.

La segunda característica importante del trabajo de grupos es que éstos pueden estar conectados con alguna meta de la cual los que comienzan el trabajo no tienen la menor idea, y que no se les puede explicar hasta que ellos comprendan la esencia, los principios del trabajo y todas las ideas conectadas con él. Pero esta meta hacia la cual van y a la cual sirven sin conocerla es el principio de equilibrio, sin el cual s propio trabajo no podría existir. La primera tarea es comprender esta meta, es decir, la meta del maestro. Cuando han comprendido esta meta, aunque al comienzo sea sólo parcialmente, su propio trabajo se vuelve más consciente y, por consiguiente, puede dar mejores resultados. Pero, como ya he dicho, a menudo sucede que la meta del maestro no puede ser explicada al principio.

Así que la primera meta de un hombre que comienza el estudio de sí debe ser incorporarse a un grupo. El estudio de sí sólo puede realizarse en grupos debidamente organizados. Un hombre solo no puede verse a sí mismo. Pero cierto número de personas unidas para este fin, aun sin quererlo, se ayudarán mutuamente. Una característica típica de la naturaleza humana es que un hombre siempre ve los defectos de los otros más fácilmente que los propios. Al mismo tiempo, en la senda del estudio de sí, un hombre aprende que él mismo posee todos los defectos que encuentra en los demás. Hay así muchas cosas que no ve en sí mismo, mientras que en otros comienza a verlas. Sin embargo, como acabo de decir, ahora sabe que estas características son también suyas. Por tanto, los otros miembros del grupo le sirven de espejos en los cuales se ve a sí mismo. Pero, por supuesto, a fin de verse a sí mismo en los defectos de sus compañeros y no meramente verles sus faltas, un hombre debe estar en guardia sin tregua y ser muy sincero consigo mismo.

 

Fragmentos de una enseñanza desconocida, pp. 327-9