Michel de Salzmann – Separar el grano de la paja

Un dirigente del Trabajo reseña la literatura sobre Gurdjieff. 

Michel de Salzmann
Michel de Salzmann
 Aunque escrito y publicado originalmente hace ya cierto tiempo (revista Parábola, Vol. V, Nº 3, agosto 1980), este artículo de Michel de Salzmann sigue ofreciendo una orientadora evaluación de diversos acercamientos tempranos a G.I. Gurdjieff y a su enseñanza.
Michel de Salzmann (1923-2001), psiquiatra francés que vivió bajo la orientación de Gurdjieff desde la infancia y posteriormente llegó a ser un reconocido instructor de su escuela, marca en este texto las notables diferencias entre las obras de alumnos que trabajaron realmente bajo la dirección del maestro y escriben “con justas intenciones” y aquellos otros autores que escriben y publican como meros recopiladores de información, sin distinguir la calidad de sus fuentes, o -peor aún- aquellos que lo hacen simplemente para aprovecharse del creciente interés despertado por Gurdjieff.
La versión del texto original en inglés, realizada por Ricardo Harten (miembro del Grupo Gurdjieff de Lima, Perú), fue revisada por el equipo de traducción de la Editorial Ganesha.

La creciente avalancha de libros sobre Gurdjieff no debería cegarnos a su casi infaltable y por ende trágica irrelevancia hacia lo que es esencial. “Bien y bueno”, se podría decir, si estamos dispuestos a aceptar la oferta de comentaristas mal informados que nos suministran todos los matices posibles de la desinformación. Pero cómo no ser confundidos cuando aquellos que reclaman alguna relación con la enseñanza de Gurdjieff contribuyen, por la subjetividad de su acercamiento, a distorsionar su perspectiva real.

 Por supuesto, uno no puede culpar los intentos prematuros de no alcanzar un reto casi imposible, de no lograr transmitir, fuera de su propio terreno, la esencia metafísica de la enseñanza, que es la autorrealización, y la correlativa capacidad para ejecutar una verdadera acción. Pero, ¿consideraron alguna vez los responsables de esos intentos que las ingenuas y pretenciosas intenciones en este ámbito podrían muy bien generar otros pensamientos y reacciones profundamente desorientadoras? Debemos admitir que el problema no es sencillo, que está cargado de ambigüedad.

La ambigüedad está ya presente en el incontrolable fenómeno de la creciente fama de Gurdjieff. Él fue casi desconocido en vida. Pero ahora, la creciente literatura sobre él y la  filmación de Encuentros con hombres notables han hecho ampliamente conocido su nombre al público; y probablemente no faltará mucho para que él se asiente en el rango de las “celebridades”. Por una parte, estamos justificadamente irritados, en tanto que esta ola de creciente de interés se basa en gran medida sobre una caricatura de la realidad. Por la otra, no podemos objetarla si reconocemos, debajo de todo ello, su profunda legitimidad.

 La ambigüedad aparece nuevamente cuando observamos que, a pesar de todas las imaginaciones, distorsiones y mistificaciones que el mensaje de Gurdjieff ha sobrellevado, conserva sin embargo un poder despertador.

La ambigüedad, o más bien, la falta de comprensión que surge de ella, necesariamente se encontrará siempre cerca de Gurdjieff. En efecto, ella pertenece al tipo de conocimiento que él trató de transmitir y a los requerimientos inherentes a esta transmisión, que están más allá de la comprensión ordinaria. El no reconocer este punto esencial elimina toda posibilidad de evitar esa incomprensión.

 No es posible presentar aquí una revisión convencional de todo lo que se ha escrito sobre Gurdjieff. Ni la censura ni los argumentos, ni los juicios en general, pueden ser de utilidad cuando se trata de acercarse a una realidad que está más allá de ellos. Las palabras de Heráclito señalan maravillosamente una alternativa ideal: “Entre aquellos que duermen, cada uno vive su propio mundo; sólo quienes están despiertos tienen un mundo en común.”

 De modo que, hasta que aparezca un libro definitivo, parecería preferible sugerir, y quizá hacer aceptable por medio de un comentario ingenuo, la idea de que se manifiestan diferentes niveles, que necesariamente han de ser encontrados en la literatura Gurdjieff, así como en cualquier otro empeño humano. Puede resultar también evidente que lo que ha sido escrito en esta materia en su mayor parte solo ha tocado la engañosa porción visible del iceberg o, para usar una imagen mejor, apenas ha comentado sobre la fachada detrás de la cual comienza el camino.

 

Libros “de” la enseñanza.

 

Una característica definitoria de un camino o enseñanza viva es que no puede ser encontrado en ningún libro. Muchos libros podrán sensibilizarnos a la existencia de un “camino” y ayudarnos a encontrar el umbral, pero son raros los que pueden ir más allá para servirnos como un mapa preciso de orientación a lo largo del camino. En cuanto al viaje mismo, no se puede llegar lejos sin un guía, o sin una “escuela” en el sentido original del término.

 Sería inútil presentar aquí los principios que se aplican necesariamente a la enseñanza de Gurdjieff, así como a cualquier otra enseñanza tradicional, dado que son, en esencia, universales. Pero sería útil señalar dos grandes malentendidos.

 El primero es lo completamente inapropiado, desde una perspectiva tradicional, de designar como enseñanza a un mero trato con ideas. La palabra “enseñanza” debería referirse estrictamente a una experiencia de relación directa que tiene lugar en la presencia de un maestro, particularmente a través de la transmisión oral.

 El otro malentendido, que de hecho proviene del primero, se refleja en el uso indiscriminado de la palabra “esotérico”. Totalmente aparte de consideraciones etimológicas y más abstractas, deberíamos entender que esto no ha de encontrarse en lo absoluto en las ideas mismas, cualesquiera que sean, sino en la capacidad de entenderlas como corresponde. Comprende un aspecto experimental y práctico en el cual el significado de una idea puede adquirir hasta un nuevo sabor. Ello implica, digamos, un control consciente sobre estados más elevados de ser, donde lo que es reflejado por las ideas corresponde efectivamente a lo realizado en la dinámica de cada estado, y viceversa. Esto se refiere a la identidad fundamental entre “Conocimiento” y “Ser”. El esoterismo, por lo tanto, no es algo que voluntariamente se esconde; más bien se protege a sí mismo por naturaleza, dado que no puede ser captado sin la correspondiente preparación interior.

 Estas consideraciones podrían ayudarnos a no usar mal la palabra “esotérico” al hablar solo de libros, y también aclarar por qué, aparte de los escritos de Gurdjieff mismo, solo un libro ha salido de sus alumnos que puede ser considerado, sin ningún prejuicio, como definitivamente útil en la enseñanza. Se trata del libro de P. D. Ouspensky Fragmentos de una enseñanza desconocida (Ganesha/Gaia, Madrid, 2012). Los alumnos de Gurdjieff se han sentido siempre profundamente endeudados con Ouspensky por esta contribución excepcional aun no superada a su trabajo. Es una exposición brillante, honesta y fiel de la memoria del autor de aquello que se le transmitió. Si uno considera que nunca se permitió tomar apuntes, el libro es tanto más extraordinario. Aunque corresponde a una etapa inicial del trabajo de Gurdjieff, tanto en el tiempo (1915 a 1923) como en lo concerniente a la preparación de alumnos, retiene una notable fortaleza y frescura orientando un cuestionamiento activo para quienes están en el camino.

 Las calificaciones y motivaciones de Ouspensky eran sin duda inusuales, pero la calidad secreta que emana de su libro proviene del hecho de que nos transporta tan cerca como es posible a la condición de enseñanza oral, en la cual la influencia del maestro da vida a las ideas.

 

Libros “sobre” la enseñanza

 

Lo que se ha dicho antes no debería implicar que otros libros serios sobre la enseñanza no sean de interés. Ellos pueden y en efecto incluyen, en algunos casos, una penetración especial, revelan aspectos originales o traen una nueva información. Pueden también ser más accesibles para la gente que está fuera de la enseñanza. Y evidentemente pueden servir como excelentes espejos para sus seguidores, impulsándolos hacia una confrontación personal en cuanto a su propia comprensión. Por lo menos en el último caso, tienen la muy deseada ventaja de no generar demasiados malentendidos. Pero aun cuando son serios, estos libros son usualmente pálidos reflejos del de Ouspensky en lo concerniente a la doctrina; y debido a su motivación más subjetiva, no pueden evitar alterar su espíritu.

En un momento dado el destino de Ouspensky fue separarse de Gurdjieff, y así disociar al maestro de su enseñanza. Esto ciertamente hace surgir la pregunta vital sobre la fragmentación o sobre la efectiva continuidad y trasmisión de una enseñanza. Si ella es privada de la influencia de la que proviene –lo que todas las tradiciones reconocen que está más allá del nivel humano– y que es la única fuerza que puede animarla, una enseñanza se vuelve esencial y sustancialmente un “aparato” diferente, inadecuado para cumplir los mismos propósitos. Sin un cambio notorio en su aspecto formal, una enseñanza espiritual muy bien podría convertirse en una simple doctrina moral o psicológica. En todo caso, esto depende del nivel alcanzado por el alumno.

 El propio Ouspensky le dio a la palabra “psicología” una significación tradicional y superior, pero difícilmente puede negarse que sus seguidores más o menos distantes que escribieron sobre la enseñanza, le dieron cada vez más el sabor de un “tejido psicológico” pulcro e interminable. Este proceso evidentemente está culminando en formas mucho más externas de lo que, desafortunadamente, aún sigue llamándose el “Trabajo”, el cual florece ahora en muchos lugares y a veces parece tener nexos más firmes con una búsqueda de publicidad y aceptación social que con Ouspensky, mucho menos con Gurdjieff.

 Parece innecesario hablar más extensamente de lo que podríamos llamar los libros clásicos que tratan sobre el “sistema” de Gurdjieff. Como dijimos antes, ellos son mayormente una expresión de la línea de pensamiento de Ouspensky y se refieren a concepciones adaptadas a etapas tempranas del trabajo. Podríamos incluir principalmente aquí los libros de Maurice Nicoll, Kenneth Walker y J.G. Bennett; C.S. Nott podría ser también mencionado en este contexto. Todos estos autores fueron británicos, asociados con Ouspensky o al menos profundamente marcados por su influencia. Todos, en un momento u otro de sus vidas, estuvieron en contacto con Gurdjieff y su enseñanza, aunque brevemente, y es claro que sintieron algo cerca de él que ellos no habían recibido de Ouspensky. Sin embargo, Bennett tuvo un itinerario particular, por haber sido seguidor de muchos maestros sucesivos y por haber desarrollado una mezcla de enseñanzas difícil de discernir. Al final de su vida estableció su propio centro, retornando más francamente a lo que él consideraba que era el “camino Gurdjieff”. Su último libro, Gurdjieff, Haciendo un nuevo mundo (Editorial Sirio, Málaga, 1986) es interesante debido a su profusión de material informativo, pero desafortunadamente cae en interpretaciones altamente especulativas del trabajo y la vida de Gurdjieff, las cuales, es innecesario decirlo, han sido totalmente explotadas por comentaristas de todas las raleas.

 Una contribución más reciente que bien podría representar un reflejo significativo del desarrollo de la enseñanza de Gurdjieff después de su muerte es Hacia el despertar a sí mismo, (Editorial Ganesha, Caracas, 2005) de Jean Vaysse, que da una importancia especial a la experiencia de atención y sensación corporal –extrañamente ausente en Ouspensky– y por tanto el sabor de un estado más avanzado de dedicación.

 Por lo menos todos estos autores tenían una evaluación personal del trabajo de Gurdjieff. Y ellos le han rendido tributo mayormente a través de sus propios esfuerzos e inevitables sacrificios. Ellos fueron y son respetados como hombres valiosos por todos aquellos a quienes han ayudado a convertirse en seres humanos más genuinos. El trasfondo de las demandas concretas de la enseñanza los habilitó para transmitir las ideas con una meta realista y un sentido de relatividad.

 

Libros “acerca de” la Enseñanza.

 

Cuando falta ese trasfondo de experiencia, uno no puede darle a las ideas del “Trabajo” su peso real; ellas se vuelven abstractas, pierden su profundidad y son manipuladas más o menos alegremente bajo el solo control de una apreciación subjetiva. The Gurdjieff Work, de Kathleen Riordan Speeth (And/Or Press, 1976) puede parecer un claro e incuestionable compendio de hechos, pero no deja sustancia alguna. Más aún, la ingenuidad, acá como en otros lugares, tiene el resultado inevitable de una mezcla completamente indiscriminada, todo en un mismo nivel, de información de diversos orígenes, calidades y credibilidad. Aunque más práctico y más limitado en su objetivo, el ensayo de Colin Wilson sobre la filosofía de Gurdjieff, La guerra contra el sueño (Ediciones Urano, Barcelona, 1986), muestra la misma falta de antecedentes que su inteligencia no puede suplir y que podría estar justificando inconscientemente cuando escribe: “La visión del ‘Trabajo’ particularmente estrecha y puritana de Ouspensky lo convenció de que escribir estaba de alguna manera prohibido. En realidad, la publicación final de su libro, así como la de muchos otros libros brillantes de otros involucrados en el ‘Trabajo’, prueba más allá de toda duda que la esencia de las ideas de Gurdjieff puede ser trasmitida perfectamente bien en la página impresa.”

 Debemos convenir que en todos los campos las ideas pueden ser bien trasmitidas por gente debidamente preparada. Sin embargo es evidente que en el caso de disciplinas “experienciales”, que normalmente están incluidas en enseñanzas espirituales en un grado muy alto de sofisticación, las ideas al ser tomadas muy literalmente sólo pueden llevar a teorizaciones estériles y distorsiones cuando su significado simbólico y práctico no es comprendido. Y no deberíamos olvidar que la parte más importante de la enseñanza de Gurdjieff es trasmitida necesariamente bajo el manto de la analogía y el simbolismo.

 Sin embargo, entre las personas que no siguen activamente la enseñanza, puede ocurrir que un auténtico interés personal (quizás vinculado con habilidades académicas y paciencia) puede muy bien trasmitir impresiones frescas y perspicacias a pesar de grandes errores; como es el caso, por ejemplo, del trabajo de Michel Waldberg basado en los libros de Gurdjieff. Tareas de esa índole realmente espontáneas ciertamente no deberían ser desalentadas.

 El libro de James Webb, The Harmonius Circle (G.P. Putnam’s Sons, 1980), también debería ser mencionado aquí como un intento aparentemente serio de descifrar, a través de libros y entrevistas, el fenómeno de y sobre Gurdjieff y Ouspensky. Desafortunadamente, sin embargo, también está sobrecargado de malas interpretaciones, citas tomadas fuera de contexto y meros rumores.

  

Más incomprensiones “acerca” de la enseñanza.

 

Es importante recordar que Gurdjieff prácticamente desapareció por más de veinte años, a fines del siglo XIX, antes de reaparecer en el “mundo”, portando un conocimiento de una dimensión abrumadora. Su enseñanza representaba, según la visión de Colin Wilson, “probablemente el más grande intento de una sola persona en la historia del pensamiento humano de alertarnos sobre el potencial de la conciencia humana.”

 Así mismo está claro que Gurdjieff no inventó una “filosofía” propia para poder ser original y crear una sensación. Sin embargo, su enseñanza puede en efecto asombrarnos. Al estar conectada con las fuentes más profundas del pensamiento tradicional, trae una iluminación, una forma y un lenguaje que no pueden ser encontrados en ningún otro lugar, a pesar de los esfuerzos simplistas y engañosos de rastrear sus fuentes realizados por escritores como Boris Mouravieff, Idries Shah y J.G. Bennett. Por ser incapaces de colocar la enseñanza dentro de una “vía” establecida con un linaje regular, otros, como Whitall Perry, no han vacilado en tildarla de pura y simplemente antitradicional, un argumento que sólo puede aventurarse asumiendo una “actitud de habladurías” hacia los hechos y con un total desprecio por la intuición.

 La enseñanza de Gurdjieff (de la cual uno puede encontrar una exposición fragmentaria en el libro de Ouspensky) contiene un aspecto propiamente metafísico, una cosmología y una explicación detallada de ese complejo transformador de energía representado por la totalidad de cada individuo. Pero su carácter específico no sólo aparece en la doctrina. Es también evidente en los múltiples medios o apoyos –que representan la práctica, o los “trabajos” como se diría en la terminología cristiana– que le son básicos. Son estos soportes los que hacen posible armonizar los diferentes elementos del nivel funcional ordinario para volverlos capaces de corresponder y participar en niveles más elevados de ser, ellos mismos en relación con influencias más sutiles.

 Este proceso interior obedece a leyes y se desarrolla en etapas que son precisas. Una de las particularidades de la enseñanza de Gurdjieff es el énfasis notable en la importancia de la primera fase de armonización de las funciones y la adquisición de un centro de gravedad en la presencia del individuo (que nos recuerda el Hara). A la definitiva y completa realización de esta fase, Gurdjieff la llamó “conciencia de sí”. Señaló que era el estado normal y primordial, del cual el hombre moderno se encuentra muy alejado, pero que él naturalmente debería desear y ser capaz de alcanzar. Fue despiadado en no permitir a aquellos que lo seguían soñar con otras posibilidades distantes sin antes haber trabajado a fondo para hacerlas realidad. Este trabajo asiduo, y con demasiada frecuencia visible, conectado con esta etapa, a pesar de la progresiva transformación de “esfuerzo” en “no-esfuerzo”, ha contribuido indudablemente a la conclusión superficial de que la enseñanza de Gurdjieff es “voluntariosa”, desprovista de amor, humanística, etc.

 Las ideas de Gurdjieff parecen corresponder especialmente a la psiquis del hombre moderno. No provocan las resistencias a flor de piel del hombre irreligioso de hoy, ya que la enseñanza aparentemente no apela a una creencia, un culto, una veneración, o un ritual; al comienzo simplemente propone que uno debería conocerse a sí mismo tal cual es, para permitir que el caos del funcionamiento interior sea solucionado. Pero no nos equivoquemos; despertar a sí mismo implica necesariamente el descubrimiento de una dimensión interior unificadora de ser que no fue percibida al comienzo: un “Yo” profundamente escondido, un “Conocedor” que ilumina y experimenta lo que es vivido como un conocimiento inmediato, no discursivo. Así la etimología de la palabra “religión” (aquello que reconecta) o “yoga” (unión) recupera su significado.

 La enseñanza que trajo Gurdjieff no puede, en su esencia, estar en contradicción con ninguna de las enseñanzas tradicionales. Al contrario, cuando uno está suficientemente preparado, esta enseñanza hace posible una verdadera correspondencia en profundidad con otras tradiciones. Y no es en modo alguno sorprendente que a cierto nivel una apreciación mutua muy directa se vuelva posible, ya que la realización del desarrollo interior y sus correspondientes estados de ser están sujetos a las mismas leyes en todas partes.

  

Libros “sobre” Gurdjieff.

 

Otro aspecto, y no de menor importancia con relación al carácter específico de la enseñanza de Gurdjieff, ha sido la especial influencia despertadora transmitida por su propia presencia. Todos los que se le acercaban con justas intenciones eran marcados indefectiblemente por ella. Aunque él ciertamente producía un fuerte impacto sobre las personas en general, es particularmente interesante considerar la relación diferente y especial que estableció con sus alumnos.

 Uno podría estar tentado a explicar esta influencia por el inusual carisma de Gurdjieff, o su maestría en lidiar con lo que los psicoanalistas llaman “transferencia”. Pero tales interpretaciones nos llevan únicamente a darle importancia a su persona, a inducir un culto a la personalidad que él mismo hubiera destruido despiadadamente; no hay que construir leyendas doradas en torno a él. El único propósito de un maestro auténtico es despertar a otros. Y este despertar siempre tiene lugar a través de leyes –simples pero difíciles de aplicar– de acuerdo con las cuales, la verdadera conciencia despierta la conciencia, así como el amor verdadero despierta el amor. No habría enseñanza trasmisible si estuviese adherida, por así decirlo, al individuo y no fuese inherente a las potencialidades más altas del ser. Esto no entra en conflicto con la visión de que un hombre es grande en tanto que verdaderamente logra elevar a otros por encima de sus limitaciones ordinarias. Y esto era en efecto lo que uno sentía con tanta fuerza cerca de Gurdjieff.

 Lo que era aún más notable era su manera de enseñar y dirigirse a cada uno de acuerdo con sus particulares capacidades, insuficiencias y necesidades. Evidentemente le dio a Ouspensky más material acerca de ideas que a casi todos los demás; con Thomas de Hartmann, el compositor ruso, desarrolló especialmente cierto trabajo sobre música; con algunos otros, se adentró más profundamente en el estudio del flujo de energías a través de un trabajo intensivo en diversos ejercicios y “movimientos sagrados”. Conjuntamente con las condiciones dadas en común, cada uno recibió un alimento apropiado. Hablando más en general, cerca de él parecía no haber límites para transformar la vida diaria en condiciones significativas para el trabajo interior. Observar a su alrededor una representación de la humanidad in toto era una poderosa ayuda para uno elevarse por encima de una visión demasiado personal. Pero a pesar de este ejemplo, algunos de sus alumnos formaron luego  sus propios grupos de un carácter definitivamente elitista.

 Por ello, no es sorprendente que los recuentos personales acerca de Gurdjieff puedan tener tal diversidad de expresión. Pero todos ellos –aunque frecuentemente caen en torpes malas interpretaciones, o chismes, o incluso vanidad y la tendencia a mencionar nombres de gente importante– son una muestra de la misma experiencia fundamental. Uno no puede permanecer indiferente a los hechos íntimos en esos recuentos. Y dependiendo de la capacidad del propio lector para separar el grano de la paja, podrá encontrar maravillosos vislumbres de Gurdjieff: en los años iniciales de su enseñanza, con Thomas y Olga de Hartmann; algo más tarde, con Kathryn Hulme y Fritz Peters; y más tarde aún, en los libros de William Welch y René Zuber. Margaret Anderson también transmitió impresiones personales, tal vez en un estilo más diletante; y más recientemente A.L. Stavely y Anna Butkovsky-Hewitt han ofrecido sus contribuciones, entre aun muchos más, en el área delicada del testimonio personal.

  

Mistificaciones voluntarias e involuntarias.

 

Ciertamente la escritura ha perdido sus estándares éticos y los libros su aura de credibilidad. Sin embargo, uno no puede evitar preguntarse qué clase de perversión particular está involucrada en una cierta categoría de libros sobre Gurdjieff, en la cual hemos buscado pero no hemos podido encontrar ni siquiera un vehículo para el humor. Acá, para su gloria, deben citarse las invenciones intencionalmente abusivas de Los maestros de Gurdjieff presentado bajo el pseudónimo de Rafael Lefort; el engaño de mal gusto Secret Talks with Mr. G. de E.J. Gold, y los imaginativos Dialogues of Gurdjieff de Jean Cox.

 La cosecha del presente año incluye Gurdjieff, Seeker of the Truth (Harper & Row, 1980) by Kathleen Riordan Speeth e Ira Friedlander, el cual no es intencionalmente falaz pero sin embargo explota –como si fuera incuestionablemente factual– el tema ahora de moda del libro de Gurdjieff Encuentros con hombres notables (Ganesha, Caracas, 2007). Una extensa bibliografía al final no puede ser suficiente para darle peso a tal producción tan increíblemente endeble.

 Por supuesto, debemos citar acá la fuente de larga data de las leyendas más indignas, Gurdjieff, el hombre más extraño de este siglo de Louis Pauwels (Librería Hachette, Buenos Aires, 1954), quien nunca conoció a Gurdjieff, como públicamente reconoció. Aunque el libro fue un ejemplo desafortunadamente estimulante de que casi cualquier cosa puede ser escrita con impunidad, el propio Pauwels lamentó más tarde su logro dudoso, al cual llamó “un pecado de juventud”.

  

Los silenciosos.

 

Sería interesante notar que, por lo menos hasta ahora, ninguno de los más cercanos alumnos de Gurdjieff, excepto Ouspensky, ha escrito un libro acerca de él. Lo que importa más a los discípulos es la vida y la continuación de la enseñanza; y eso está lejos de ser una preocupación literaria o histórica. Lo que es realmente prometedor es que hoy el árbol ha dado fruto. Los recuentos escritos volviendo al pasado, conectados con comentarios anecdóticos o aun históricos sobre Gurdjieff, parecen más bien idólatras para aquellos de nosotros que sentimos a Gurdjieff más vivo de lo que jamás estuvo.

Para nosotros, la única verdadera creatividad ejerce una influencia y da testimonio de la vida de una enseñanza. Encontramos mucho más vivo, por ejemplo, el trabajo de aquellos que, porque estaban ligados especialmente a la escritura, trataron de trasmitir lo que entendieron en una forma que fue original y apropiada para ellos. Permítasenos citar acá a A.R. Orage, Jean Toomer, P. L. Travers, y René Daumal, entre otros. Maurice Nicoll también proporciona un interesante ejemplo a través de su intento, particularmente en sus libros El nuevo hombre, (Yug Editorial, México, 2008) y La flecha en el blanco, (Editorial Troquel, Buenos Aires, 1994) de penetrar más profundamente en los evangelios por medio de claves ofrecidas por la enseñanza.

Ciertamente, uno siempre tiene la esperanza de una perspectiva más holística que muestre el lugar de Gurdjieff en relación con las grandes tradiciones. ¿Pero acaso nos salvará de la ambigüedad? Cuando él nos veía perdidos en nuestros tanteos dolorosamente dualistas, justo en el momento correcto, Gurdjieff se dirigía a nosotros, sonriendo, con su expresión taoísta: “Un palo siempre tiene dos puntas… sea como sea que lo tomes”.